«Un pasaje, una maleta y pa’ fuera los miedos» | inSagrado

«Un pasaje, una maleta y pa’ fuera los miedos»

En Irlanda, José Carlos Sánchez encontró una diversidad cultural enorme. Ahora como parte de su intercambio, se aventura a aprender y dominar el inglés durante su estadía.

José Carlos frente a la Cliffs of Moher, hasta ahora, uno de sus lugares favoritos en Irlanda. Foto Suministrada

Por José Carlos Sánchez
Estudiante de Periodismo

“Aprendí que el coraje no es la ausencia del miedo, sino el triunfo sobre él”.  -Nelson Mandela

La soledad, lo desconocido, alejarme de las personas que amo y  no poder comunicarme han sido temores que había tenido muy presentes en toda mi vida. Estos miedos los dejé atrás el pasado 3 de junio cuando con maleta, pasaje y pasaporte en mano le dije adiós a mi madre, quien con lágrimas me despidió en el aeropuerto de Carolina.

No les puedo negar que mientras caminaba en busca del terminal me temblaban las piernas y el corazón me latía muy fuerte.  No sé si era por emoción, nervios o miedo. Solo sé que mi ser estaba decidido a emprender este nuevo reto. Sentado en el avión en dirección a mis destinos, Alemania y luego Irlanda, fueron muchas las cosas que pasaron por mi mente, y era justo todo lo que dejaba atrás: un año lleno de retos que, sin duda, se había convertido en uno de los más difíciles en mi carrera universitaria.

Irlanda fue el destino. Allí llegué y estuve 35 días en un continente que nunca había visitado. Fui con el reto de fortalecer el idioma anglosajón. Sí, el inglés, un idioma que pude aprender en América a dos o tres horas de distancia de mi isla, pero opté por volar más de diez horas para intentar algo diferente.

 

Asimismo, venía analizando cómo Sagrado me había preparado durante estos tres años para vivir esta experiencia que antes creía imposible. El hecho de mudarme lejos de mi familia, la virtud que me regaló de converger con tantas personas diferentes, y aprender a respetar y amar la diversidad en todos sus sentidos, fueron experiencias que me hicieron crecer. Fue en ese momento cuando comprendí que esta experiencia internacional la había comenzado hace tres años y descubrí que desde entonces en Sagrado había un lugar para mí. Era toda una guerra de emociones y pensamientos dentro de mí. Fue un momento necesario para fortalecer mi mente y mi fuerza de voluntad.

Durante su estadía José Carlos visitó el Carrick-a-Rede Rope Bridge, en Irlanda del Norte. Foto Suministrada.

Luego de 17 horas llegué a mi destino final: Dublín, Irlanda. Es un país que nunca estuvo en mi lista de lugares para visitar, pero que hoy lo considero como una necesidad. Estando frente a la gran realidad, el taxista, amablemente, me dio una buena introducción acerca de cómo era la gente en Irlanda. Nos dirigíamos a la casa de Una Whisnton, una anciana irlandesa que nunca había visto ni conocido, pero que aceptó recibirme en su hogar. Una es estricta y su casa tiene muchas reglas, pero vamos, que ya venía preparado para enfrentar la diversidad cultural, por lo que no se me hizo tan difícil adaptarme.

 

Irlanda es un país hermoso y Dublín es una ciudad increíble.  Sus largas calles adoquinadas, la flora en su máximo esplendor, y los castillos y edificios enladrillados denotan historia con solo verlos. Caminar por sus calles es como fusionar y multiplicar el Jardín Botánico de Caguas con las calles del Viejo San Juan. La diversidad que encuentras en Irlanda es parecida a caminar en un aeropuerto internacional, en donde ves cientos de rostros diferentes y escuchas voces que denotan otras nacionalidades. A veces es un poco difícil entender a todas las personas que te rodean, porque aunque hablan inglés, sus lenguas vernáculas hacen acentos un poco extraños.  Lo cierto es que el lenguaje universal de la sonrisa siempre resulta ideal para esos momentos de confusión.

José Carlos frente a una de las estructuras emblemáticas del Trinity College of Dublin. Foto Suministrado

Aquí todo es diferente, desde la dirección de los carriles y la ubicación del guía en los carros, hasta el sabor de la comida. Eso sin hablar del dinero, el querido euro, que una moneda puede valer hasta dos euros.  Al principio no me adaptaba muy bien. Un día, por aquello de la bondad, le di sin querer tres pesetas a un deambulante. Sí, le di seis euros.

No puedo dejar de mencionar la bipolaridad del clima, que un día estás en unas Navidades en Adjuntas y el otro día en un verano en San Juan. El clima es impredecible, así que dentro de tu bulto siempre tiene que haber un abrigo y una sombrilla. Pero es justo ese entorno diferente lo que me hace pensar que estoy viviendo un sueño.

Ahora bien, para lo que vine, en un edificio de seis piso con una puerta verde llamativa se encuentran los salones de clase que de 1:00 p. m. a 6:00 p. m. de lunes a viernes acogen a estudiantes que, como yo, vinieron a pulirse en el inglés. Si amaba el hecho de vivir en las residencias de Sagrado con gente de otros países, más amo el hecho de tomar clase con personas de más de 13 países diferentes en un solo salón. Brasil, Japón, Italia, Corea, Kazajistán, Arabia Saudita, Turquía, Francia, España, Rusia y por ahí muchísimos más. El intercambio cultural es genial y la diversidad de acentos es verdaderamente increíble.

José Carlos explica que lo mejor de la experiencia es conocer a gente de todo el mundo que al igual que él quieren echar hacia adelante. Argentina, Brasil, España, Corea, Italia y Puerto Rico en una sola foto. Posando en la orilla de los Cliffs of Moher. Foto Suministrada

Estoy aprendiendo mucho.  El sistema de enseñanza es práctico y eso era realmente lo que estaba buscando. Soy el primer puertorriqueño en este programa y verdaderamente me fascina. Espero llegar a Puerto Rico y poder contagiar a muchas más personas a que vivan experiencias internacionales. Esto es un encuentro con el mundo y a la vez contigo mismo. Es como un retiro en donde verdaderamente comprendes quién eres y a dónde quieres dirigirte en el futuro. Emprender hacia una experiencia en un país que no es el tuyo es decidir abrir tu mente y expandir tu perspectiva de vida.

Hoy escribo desde el ático de un hogar desconocido a 3,921 millas de mi país, dos semanas después de dejar atrás mis miedos y  pisar este hermoso lugar. Mi mente está casi renovada y me arropo con un nuevo espíritu aventurero. Sin duda alguna, tengo mucha sed de seguir aprendiendo más a través de experiencias internacionales como esta. Me he enamorado de viajar y aprender de otras culturas. Aún no me he ido de Irlanda y ya quiero volver.

 

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