En esta comunidad del Caño Martín Peña, la iglesia representa una parte esencial de la unión y bienestar comunitario para Alicia y su esposo.

Este perfil periodístico forma parte de una serie y surge como resultado de las experiencias de aprendizaje en servicio, realizadas en el curso PER 223: Periodismo Narrativo, impartido por las profesoras María de los Milagros Colón Cruz y Yaritza Medina Montañez, en colaboración con el programa de Vinculación Comunitaria de Sagrado y las comunidades del G-8.
Por Diego A. Vega Martínez
Estudiante de Periodismo
Escuela de Comunicación Ferré Rangel
Rugen las bocinas con ecos estruendosos, y de ellas salen las palabras, “probando, probando. Uno, dos, tres. Gloria a Dios”. La comunidad se reúne en casa de una vecina para celebrar una misa que planificaron hace más de un año. Se trata de una congregación pequeña, con alrededor de veinte feligreses, distinta a las misas que se suelen celebrar en la Capilla de la Santísima Trinidad, ubicada a unas pocas calles. Sentados en una marquesina hecha para un solo vehículo, hablan y ríen entre ellos. Una pareja se prepara con guitarra y micrófono para cantar alabanzas, mientras Peña se asegura de que todos sus invitados tengan asientos.
Alicia Ruiz Martell espera al Padre Patrick en la acera. El sacerdote de la comunidad, de herencia haitiana y el más joven entre ellos, llega sonriente y deseoso por dar inicio a la fiesta. Para Ruiz, sacristana de Patrick Celestine desde hace dos años, llegó el momento más importante de la tarde, pues para ella y los miembros de la comunidad, esta asamblea es mucho más que una simple tradición – es una reunión familiar.
En la calle Pepe Díaz, en Hato Rey, predomina una combinación de blancos, grises y uno que otro color opaco, pero la casa de Ruiz Martell brilla con un amarillo soleado y un morado cuaresmal, bajo una cruz plegada junto al portón de su balcón y frente a un mural que lee “Las Monjas Renace, Como El Fénix”. Si llamas a su nombre, es probable que te reciba su perra, Estrella Marie, señora de diez años.
– No te preocupes, no muerde – dice Alicia, asomándose por su puerta, – Y si no te ha ladrado, es que ya te quiere.
– Qué milagro. El primer perro al que le caigo bien.
– ¡Amén! Entra y siéntate, estás en tu casa.
Sentada en su sala, Ruiz cuenta su historia. Nació en Utuado en 1951, convirtiéndose en la décima de trece hermanos. Cuando era pequeña, sus padres se unieron a muchos de la cordillera en el éxodo hacia San Juan, y se asentaron en lo que hoy es Las Monjas. La septuagenaria, junto a su esposo Ángel Luis Vega, relatan que en aquella época toda la zona era un manglar, por lo que sus casas estaban construidas entre dos zanjas y, por naturaleza, se inundaban con facilidad.
Pero hoy ya no es así.


Su calle no se inundó durante el huracán María, pues, creciendo en este barrio, pudieron ver los grandes cambios de la segunda mitad del siglo XX. Ruiz fue una de tres hermanos que terminaron la escuela superior, y la primera de su familia en ir a la universidad. Eligió cursar contabilidad en el Instituto Comercial de Puerto Rico, pero, bajo la presión de cuidar de su familia, se vio forzada a abandonar sus estudios. Poco después conoció a Vega, veterano de la Guerra de Vietnam, con quien sentó cabeza un 24 de noviembre de 1973. Ese mismo día, tres años después, recibieron a su primera hija.
Ruiz es ama de casa, pero a lo largo de su vida se involucró en diversos ámbitos. Trabajó en la tienda Woolworth de adolescente. Después de graduarse completó un curso de costura industrial y entró a laborar en una fábrica de brasieres. Recién casada ayudó en la construcción de su casa; un tiempo después se hizo presidenta de la Liga Atlética Policiaca de Las Monjas, y lideró un equipo de sóftbol femenino llamado Las Rebeldes. Sin embargo, para Ruiz lo que más la define es su fe católica. En la pared de su comedor descansa una copia de La Última Cena, y en las tablillas de su sala, entre fotografías de su familia, yace una ícono de la Virgen María, a quien orgullosamente describe como su madre. Ante todo, la religión ha sido una constante en su vida y en su comunidad.
La liga atlética cerró unos años después de dejar el cargo presidencial, convirtiéndose en una de tantas instituciones públicas en cerrar operaciones en Las Monjas. Durante su vida, eventos como este le han vuelto escéptica y crítica del gobierno y de lo que describe como “gente rica que vive en urbanizaciones”, que desplazan a comunidades de sus tierras. Esto es un problema conocido por los residentes del Caño Martín Peña, y que el Grupo de las Ocho Comunidades Aledañas al Caño Martín Peña (G-8) ha criticado, como lo hizo en el Encuentro Nacional contra el Desplazamiento, en septiembre del 2024.
Otros lugares importantes también han cerrado en Las Monjas, como el Centro de Calidad de Vida, que cesó operaciones durante el mandato del exalcalde Jorge Santini. Ahora yace una estructura en deterioro donde antes se reunían ancianos del barrio en busca de ayuda y compañía. Ancianos como Patria Robles Negrón, una señora de unos noventa y tres años que vive sola y es parcialmente sorda, por lo que Ruiz y otros vecinos se encargan de velar por su bienestar de cara a la falta de servicios públicos. Para Ruiz, esto no es una carga, sino una manera más de expresar su fe, pues es en la comunidad en la que se siente más completa, y más cercana a Dios.
– Como dice la palabra: Pide y se te dará. Llama y se te abrirán las puertas, – cita mientras habla con Vega sobre Juan, su “hijo adoptivo”, un joven sin hogar al que le brindaron comida y sábanas.
Ruiz se abre camino unas calles más abajo, hacia la casa de Gladys Peña, donde se celebrará una misa en el corazón del calendario cuaresmal. Ya no hay jóvenes o niños por aquí, solo personas mayores. En su sermón, el Padre habla de los sacrificios cuaresmales como una manera de dominar los instintos y agradar a Dios, pero es hacia el final que comienza a hablar como Ruiz, mencionando la ayuda a los más necesitados como la mejor manera de lograrlo. Mientras otros cantan alabanzas, Ruiz permanece solemne, sentada en silencio, observando al Padre bendecir la hostia y el vino. Acaba la misa, el asopao, los refrescos, las risas y la música se apoderan de aquella marquesina.
Ruiz se encuentra en medio de todo. Ha visto a su comunidad envejecer y decaer. Ha visto a sus vecinos partir en busca de una mejor vida. Ha visto lugares de encuentro y comunidad desaparecer con los años. Ha visto el desplazamiento de comunidades hermanas y sus intentos de resistencia. Sin embargo, frente a las crisis que amenazan a su familia, la iglesia continúa uniéndolos no solo en la fe, sino en la solidaridad, como un lugar donde, sea en oración o en ayuda mutua, este barrio se niega a desaparecer, y, como el fénix, esperan con ansias su renacimiento.
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