Voces del Caño | El Fanguito: la infancia de Rosa Pérez en una comunidad que dejó de existir | inSagrado

Voces del Caño | El Fanguito: la infancia de Rosa Pérez en una comunidad que dejó de existir

Un arrabal ya inexistente en Santurce vive en los recuerdos de Rosa.

Este perfil periodístico forma parte de una serie y surge como resultado de las experiencias de aprendizaje en servicio, realizadas en el curso PER 223: Periodismo Narrativo, impartido por las profesoras María de los Milagros Colón Cruz y Yaritza Medina Montañez, en colaboración con el programa de Vinculación Comunitaria de Sagrado y las comunidades del G-8.

Por Valeria Román Ortiz

Estudiante de Periodismo

Escuela de Comunicación Ferré Rangel

Rosa viaja atrás en el tiempo y se ve a sí misma recorriendo las estrechas tablas que la llevaban sobre las aguas del Caño Martín Peña. Recuerda las hamacas sobresaliendo de las casas hechas de madera y zinc, y sus pies saltando de cuadro en cuadro, del 1 al 10, en un juego de peregrina.

Muchas veces hizo girar su trompo con precisión y lanzó los gallitos en competencias con sus amigos. A sus 66 años, con el cabello corto y canoso, la piel marcada por el tiempo y los ojos cargados de experiencia, doña Rosa Iris Pérez Machicote lo recuerda todo con la mirada fija al frente: su infancia en la comunidad de El Fanguito, un lugar que ya no existe, pero que sigue vivo en su memoria.

“Mi vida en El Fanguito era buena, buenísima. La extraño mucho. Por mí, no hubiese querido que sacaran la casa de ahí”, dice. 

El Fanguito estaba ubicado entre la Bahía de San Juan y el Caño Martín Peña, y fue uno de los primeros arrabales de Santurce en la década del 50, construido sobre los manglares. Con el tiempo, la comunidad fue reubicada, y el espacio que alguna vez albergó a cientos de familias fue reemplazado por lo que hoy es el Parque Central, los expresos Muñoz Rivera y Kennedy, la sede del Departamento de Recreación y Deportes, y el complejo de viviendas San Juan Park.

No recuerda la fecha con exactitud, pero cuando Rosa tuvo sus primeros dos hijos, fue trasladada desde El Fanguito a lo que ha sido su hogar durante cuatro décadas: Parada 27.

“De joven, pasaba bastante por la avenida Juan Ponce de León, pero jamás y nunca me imaginé viviendo aquí, aunque esto era caño igual”, menciona. 

– ¿Usted siente que perdió algo en El Fanguito? – pregunto y la mirada de Rosa se mantiene reflexiva, y su tono de voz, siempre lleno de energía, no cambia.

– Sí. Perdí mi niñez, mi infancia – responde. 

El traslado a Parada 27

Parada 27 se convirtió en el hogar donde crió a sus hijos y les dejó como legado los juegos de su infancia. En la comunidad, todos conocen a Rosa por su peculiar manera de silbar, su forma inconfundible de llamar a sus hijos y nietos cuando el reloj marcaba las 6:00 p. m., anunciando que era hora de volver a casa. 

Aunque no siempre supo silbar, fue su propia maestra, practicando una y otra vez hasta perfeccionar el sonido. Su silbido es más que una llamada a sus hijos; es una huella en su identidad, un recuerdo de su maternidad y un lazo con su comunidad, pues es así como le reconocen sus vecinos.

Con el tiempo, su instinto de cuidar a los demás trascendió su familia. Rosa, graduada como enfermera práctica, se convirtió en un apoyo constante para quienes la rodean. No solo crió a sus cinco nietos mayores, sino que también cuidó de su madre hasta sus últimos días y de una vecina conocida en la comunidad como Doña Yuya, a quien acompañó hasta su fallecimiento a los 108 años. En la actualidad, se hace cargo de su hermano menor, quien está enfermo. 

—¿Usted siente que, en general, se valora el cuidado que brindan las mujeres a sus familias?  

Doña Rosa se queda pensativa, frotándose la barbilla como si buscara las palabras adecuadas. De pronto, niega con la cabeza y responde con firmeza:  

—No. El que lo hace, lo hace de corazón. Yo lo hago de corazón.

Hoy, la rutina diaria de Rosa consiste en tomar el tren, dirigirse a Río Piedras a pagar la factura de la luz o hacer alguna otra gestión, pasear por Barrio Obrero y caminar. El movimiento y la alegría es lo suyo. Entre las otras cosas que disfruta Rosa está la Navidad, una de sus épocas favoritas porque es cuando se activa, como ella llama, el jolgorio, cuando la comunidad se reúne en casa de Titi July, una vecina que organiza actividades comunitarias en su hogar.

“Un día, pasé las Navidades allá afuera en Boston y fue deprimente ver la nieve caer y todo el mundo encerrado en sus casas. Yo extrañaba la casa de Titi July porque en su casa hay alboroto, música, y los muchachos corriendo por las calles”, destaca Rosa. 

Los juegos de la infancia en El Fanguito se convirtieron en el bullicio y la calidez de su Parada 27, donde describe a sus vecinos como serviciales y siempre dispuestos a darle la mano. 

“Me gusta mi Parada 27, mi caño abajo. El mangle, como le decían, también me gusta. Me gusta la tranquilidad, y sobre todo el compañerismo con todos mis vecinos”, dice.

Para Rosa, tanto Parada 27 como El Fanguito, aunque diferentes, representan momentos importantes de su vida. El primero le ofrece tranquilidad y una comunidad cercana, mientras que el segundo, aunque ya no existe, sigue siendo un lugar presente en el que guarda los recuerdos de su niñez.

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