Voces del Caño | Entre la plena y el acero: La vida de Elogio Martínez | inSagrado

Voces del Caño | Entre la plena y el acero: La vida de Elogio Martínez

Por las orillas del Caño Martín Peña, entre calles que guardan historias de lucha y resistencia, vive Elogio Martínez Pérez, un maestro de obra que ha construido su vida con esfuerzo, arte y determinación.

Este perfil periodístico forma parte de una serie y surge como resultado de las experiencias de aprendizaje en servicio, realizadas en el curso PER 223: Periodismo Narrativo, impartido por las profesoras María de los Milagros Colón Cruz y Yaritza Medina Montañez, en colaboración con el programa de Vinculación Comunitaria de Sagrado y las comunidades del G-8.

Andrés Ruiz Negrón

Estudiante de Periodismo

Escuela de Comunicación Ferré Rangel

Elogio Martínez de 68 años lleva más de tres décadas viviendo en Israel Bitumul, una comunidad humilde pero vibrante, ubicada al sur del Caño Martín Peña en San Juan, Puerto Rico. 

Aunque nació en Las Monjas, fue en este rincón del caño donde encontró su verdadero hogar. «Ese pedazo de mundo me pertenece tanto como yo a él», afirma con la serenidad de quien ha visto pasar muchas vidas desde la ventana que da al agua del canal. 

Los primeros años

Desde niño, Elogio supo que la vida sería cuesta arriba. Fue el único varón de su familia y, desde temprano, las responsabilidades recayeron sobre sus hombros. Mientras otros niños jugaban, él brillaba zapatos para ayudar en su casa. 

“Desde chiquito me enseñaron que había que ganarse las cosas. El descanso venía después del trabajo, no antes”, cuenta con la voz firme mientras observa cómo el sol se refleja sobre el agua.

La música fue su primer refugio ante los retos de la vida. En las guaguas, junto a su familia, tocaba plena, ese ritmo ancestral que aún le mueve los pies cuando lo escucha en la distancia. Allí descubrió que la vida también podía cantarse, que incluso el dolor podía bailarse. Su infancia, aunque difícil, estuvo llena de sonidos, comunidad y dignidad. 

Israel y Bitumul, comunidades ubicadas en la costa sur del Caño Martin Peña en San Juan, Puerto Rico, enfrentan problemas de infraestructura, salud ambiental e inseguridad territorial como resultado de su establecimiento informal en los primeros años del siglo pasado. 

El PROYECTO ENLACE promueve la solución de este problema en áreas del Caño Martín Peña mediante la creación del Fideicomiso de Tierras que tiene como objetivos mejorar el acceso a los servicios básicos, evitar el desplazamiento de los residentes y promover el desarrollo comunitario sostenible, reflejando el compromiso de personas como Elogio Martínez en la recuperación ambiental y social de la zona. 

Una juventud de turbulencias y reivindicaciones

Elogio no oculta su pasado. Su camino no fue recto. En su juventud, un capítulo difícil marcó su vida: fue acusado de un delito que insiste no cometió, y pasó varios años en prisión. Prefiere no entrar en detalles sobre ese episodio, pero no lo esconde. Al contrario, lo reconoce como un punto de inflexión. 

Recuerda que entre las paredes grises encontró un nuevo lenguaje: la artesanía. Empezó tallando madera como una forma de escapar del encierro. Lo que nació como distracción se convirtió en expresión. La creatividad le dio un propósito, y así, lo que parecía el final de una historia, se transformó en un nuevo comienzo.

Allí también encontró el amor. En 1986, durante su condena en el campamento El Zarzal en Río Grande, se casó con Ana Luisa Aponte. 

“El amor floreció en tierra dura”, dice con una sonrisa leve. Desde entonces, Ana Luisa ha sido su compañera de vida, testigo de sus caídas, pero sobre todo de sus puestas de pie.

Cuando salió de prisión, Elogio tuvo que empezar desde cero. Su padre, maestro de obra, fue quien le ofreció la primera oportunidad laboral. Eligió no dudó. Aceptó el reto, se puso el casco y aprendió el oficio con las manos, los errores y la mirada constante de su mentor. 

“Mi papá me enseñó con paciencia, y yo aprendí mirando, haciendo, fallando también, pero nunca dejé de intentarlo”, recuerda.

La madurez de la vida

Hoy es maestro de acero. Ha trabajado en muchas construcciones, dejando huella más allá del concreto y las varillas. Con sus manos, las mismas que tocaron plena y tallaron madera, ahora moldea estructuras que sostienen hogares y sueños ajenos.

Pero su mayor obra ha sido él mismo.

Elogio no se describe como un ejemplo. Y sin embargo, lo es. No por su perfección, sino por su capacidad de evolucionar sin renunciar a su esencia. Ha sido padre, esposo, trabajador, vecino comprometido. Ha caído y se ha levantado. Y cada vez que lo ha hecho, ha reafirmado que el pasado no define a nadie si se tiene la voluntad de reconstruirse.

En el caño

Vivir a la orilla del caño es, para Elogio, una declaración de identidad. Allí lleva 37 años. Cada vecino lo conoce. Su vida es una crónica viva de lo que significa reconstruirse y permanecer. Padre de dos hijas —ambas en sus treinta—, su familia representa una nueva generación que crece con la herencia de la dignidad y el trabajo.

Desde su taller, entre maderas y herramientas, Elogio observa cómo su comunidad sigue cambiando. Las restauraciones del caño, las luchas ambientales, las asambleas comunitarias: todo eso lo ha visto y lo ha vivido. Pero lo que más le importa sigue intacto. 

“La vida no me la dieron fácil, pero yo tampoco me rendí fácil”, dice mirando al horizonte con la calma de quien ha aprendido a navegar las tormentas.

Su historia es un reflejo de muchas otras: hombres y mujeres que, a pesar de los errores, decidieron no quedarse en el suelo. Elogio ha demostrado que el trabajo, el arte y el amor pueden ser andamios firmes para reconstruir no solo una vida, sino también una comunidad. 

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