Voces del Caño | Patria Robles: la mujer más longeva de Las Monjas | inSagrado

Voces del Caño | Patria Robles: la mujer más longeva de Las Monjas

La mujer cuenta cómo ha vivido más de siete décadas en la comunidad de Hato Rey.  

Este perfil periodístico forma parte de una serie y surge como resultado de las experiencias de aprendizaje en servicio, realizadas en el curso PER 223: Periodismo Narrativo, impartido por las profesoras María de los Milagros Colón Cruz y Yaritza Medina Montañez, en colaboración con el programa de Vinculación Comunitaria de Sagrado y las comunidades del G-8.

Por Gianni M. Vélez López

Estudiante de Periodismo

Escuela de Comunicación Ferré Rangel

El sol se filtró entre las nubes tras una llovizna leve. La humedad envolvió a la comunidad Las Monjas mientras las calles recuperaban su ritmo cotidiano a las 4:40 de la tarde. En el balcón de una casa modesta, tras unas rejas decoradas con muñecas y peluches recolectados a lo largo de los años, rodeada de cuadros de santos, crucifijos y el olor de los animales, Patria Robles Negrón, con su inseparable palo en mano, observó en silencio.

Jesús Laracuente, líder comunitario y una de las personas más cercanas a Patria, llegó hasta la casa y le gritó, jocoso:

—¡Lengua de trapo! ¿Me regalas unos minutos o prefieres que mañana vengamos a entrevistarte?

Patria le lanzó una mirada severa.

—¿Qué dijiste? —preguntó.

Con frecuencia, pedía que le repitieran las preguntas. Laracuente, con una sonrisa, le respondió en un tono más alto.

Enseguida, Robles Negrón contestó:

— Que me diga lo que me quiera decir ahora.

A sus 93 años, es la habitante más longeva de esta comunidad, una de las ocho aledañas al Caño Martín Peña. Es, también, testigo de los cambios en el canal de 3.7 millas de largo.

«¡Laguna!», exclamó cuando se le preguntó cómo era la comunidad cuando llegó con 20 años de edad.

Desde su casa, ubicada en la calle García Cepeda, señalaba las calles que antes eran puro fango. Ahora, con las vías asfaltadas y mayor infraestructura, asegura que todo cambió para bien.

El trasfondo de Patria

Su infancia en el barrio Cienegueta, de Vega Alta, fue difícil. Creció con once hermanos, rodeada de necesidades.

«Era la vida del pobre», dijo.

A los 13 años, dejó su pueblo en busca de mejores oportunidades y se estableció en Villa Palmeras de Santurce antes de llegar a Las Monjas.

«No fue mi decisión, fue una revelación de Dios«, aseguró refiriéndose a su mudanza a Las Monjas.

Trabajó primero como niñera en San Juan antes de ingresar al Caribe Hilton como camarera.

«Yo no sabía leer ni escribir, pero los guests querían cuentas conmigo porque les daba buen servicio«, contó con orgullo.

Patria construyó su casa cuando no existían carreteras asfaltadas y el Caño servía como desagüe.

«Le pedí a Dios una casa que no tuviera que pagar y me la dio», afirmó.

Según Laracuente, la comunidad comenzó con invasiones de terrenos y, con el tiempo, el gobierno formalizó la tenencia mediante una cooperativa que vendió solares a bajo costo. También hubo programas de la Corporación de Renovación Urbana y Vivienda (CRUV) en los años 50 y 60 que otorgaban solares y materiales a familias de bajos recursos. A estas alturas, ni Laracuente ni Patria recuerdan con exactitud qué programa la benefició.

Una comunidad que se convirtió en familia

Patria siempre soñó con tener siete hijos, pero nunca pudo ser madre.

—¡Machorro! ¡No me dio hijos! —gritó con rabia al recordar su anhelo no cumplido, ya que su difunto esposo, Faustino Amaro, era estéril. 

«Los hijos me hacen falta, sean buenos o malos», dijo con una breve pausa, mirando hacia el piso. Aunque su tono rudo regresó enseguida.

—Pero, nada. Hay que seguir. Aquí estoy bien.

A pesar de eso, aseguró que nunca se ha sentido sola, porque en Las Monjas construyó una familia.

Al retirarse se dedicó a la comunidad y a cuidar a alrededor de 25 jóvenes, entre ellos Laracuente.

«Nos llevaba a ver los juegos de pelota, al cine, a los maratones y nos cocinaba en su casa todos los días«, contó Laracuente.

El béisbol era una de sus grandes pasiones. Como fanática incondicional de los Cangrejeros de Santurce, llevaba a los jóvenes del barrio a los juegos.

«Cuando Santurce ganaba, ella era la primera que salía corriendo a soltar un juey«, contó Laracuente entre risas.

El líder comunitario contó que existe un video que suelen usar para promocionar al equipo. En él, se ve a una mujer lanzando un juey de mar al parque, un gesto que recuerda y que para él se volvió emblemático. Esa mujer era Patria, quien mantuvo viva esa tradición por más de dos décadas. 

Para explicar su secreto para mantenerse viva y saludable, señaló su pared de santos, en donde había una foto de Jesucristo en una motora, la Virgen María, Luis Muñoz Marín y su mamá.

— “Si tú no estás en la iglesia, ¿qué tú haces?” — Robles preguntó desafiante.

También, con frecuencia visitaba y acompañaba a los enfermos y fallecidos para rezar por ellos, pero Laracuente señaló que esa costumbre por parte de la iglesia desapareció con el tiempo.

La lucha y el cambio en Las Monjas

Los riquitos querían sacarnos y se jodieron”, dijo Robles sin tapujos. 

Vio a familias desplazadas y la disminución de niños en las calles.

Las Monjas, siendo una de las comunidades pertenecientes al G8, una coalición de las ocho comunidades que rodean al Caño Martín Peña, también es una de las más afectadas por el desplazamiento, ya que colinda con la zona bancaria, conocida como la Milla de Oro. 

Ante la amenaza del desplazamiento, las comunidades del G8 se organizaron y lograron la creación del Fideicomiso de la Tierra del Caño Martín Peña, lo que les garantiza la titularidad colectiva de los terrenos. 

 “Si hoy intentaran desplazarnos, le caemos a palo al que venga”, añadió Patria con la resistencia característica de las ocho comunidades que por décadas defendieron su derecho a permanecer en sus hogares.

Permanece el legado de Patria 

«El día que yo me muera, yo no sé qué van a hacer«, dijo Robles con una risa fuerte.

Laracuente imaginó el vacío que dejará Patria cuando no esté en la Tierra. «Me daría un palo duro, pero a la comunidad también, porque ella siempre fue bien comunitaria». El líder explicó que, hace 30 años, una de sus prácticas comunes era ir al colmado, comprar paquetes de pollo y arroz, y llevarlos casa por casa para darle comida a la gente.

«Yo me siento feliz y, si naciera de nuevo, quisiera volver aquí«, añadió Robles.

Lee más sobre Voces del Caño en esta serie de publicaciones en inSagrado

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