Reflexión en tiempos del coronavirus | inSagrado

Reflexión en tiempos del coronavirus

“No importa donde el creyente esté, allí mismo podrá adorar al Padre”

Foto cortesía de Unsplash.com

Por Yamil Samalot-Rivera, OP, PhD
Catedrático Auxiliar en Teología y Humanidades

Luego de tantos momentos desafiantes para nuestro pueblo puertorriqueño en septiembre 2018 y enero 2020, añadiendo la situación actual ante la pandemia del COVID-19, podríamos estar preguntándonos exactamente lo mismo que se preguntó el pueblo de Israel en Masá y Meribá: ¿Está o no está el Señor en medio de nosotros?” (Ex 17, 7).

La Palabra que nos acompaña en este caminar cuaresmal que nos prepara para llegar a “esa noche”, en este Tercer Domingo de Cuaresma (Jn 4, 5-42) nos pone en la perspectiva que estamos necesitando como Pueblo de Dios en medio de nuestro “desierto” pandémico. Si Yahvéh no abandonó a sus hijas e hijos, incluso cuando le reclaman y dudan de su presencia amorosa, lo hará también con sus hijos e hijas del mundo actual… Tendríamos que decir como están diciendo ahora los hermanos y hermanas italianos: “tutto andrà bene”, es decir “todo saldrá bien”. Yahvéh pide a Moisés que golpee la roca para que salga agua y el pueblo beba, aunque habían reclamado por la falta del  líquido ante el padecimiento de una sed terrible en su travesía de liberación por el desierto.

Como ya está pasando en China, y ha pasado todas las veces que ha habido un brote epidémico antes y ahora, esta situación pasará y volveremos a nuestra normalidad. Desde la fe entendemos que el bien siempre vencerá al mal desde que Cristo ha vencido la muerte con su resurrección: es precisamente a la celebración de esta verdad fundamental en nuestra vida cristiana que nos preparamos en la Cuaresma. Ya decía el apóstol Pablo: “si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra fe” (1 Cor 15, 14). Es en una perseverancia activa, protegiéndonos, siguiendo las normativas salubristas, que logramos la salvación, la salud. Son palabras del Maestro: “Quien persevere hasta el fin, encontrará la salvación” (Mt 24, 13). Esta perseverancia activa tal vez nos pida un cambio de perspectiva también en nuestra fe, como lo pidió Jesús a la Samaritana. 

Es ahora Jesús quien está sediento en el desierto ante el calor y el hambre del mediodía (Jn 4, 6-8). Pero inmediatamente el evangelista Juan nos hace entender que la sed de Jesús iba más allá de una sed física. Jesús tenía sed y hambre del corazón de aquella mujer maltratada por la vida, con una mentalidad encerrada en las convenciones creyentes de su época: aversión entre judíos y samaritanos, el poder de Jacob o el de Jesús, o en dónde hay que adorar a Dios. Jesús va retando y desmontando cada uno de sus prejuicios de fe para llevarla a aceptar el amor del Padre y adorarlo de manera verdadera: en espíritu y en verdad (Jn 4, 23-24).

«Ahora que tal vez no podamos asistir al templo por amor a los demás y no exponer a nadie a contagio, esta Palabra de Vida nos da la certeza de que no importa donde el creyente esté, allí mismo podrá adorar al Padre».

Yamil Samalot-Rivera, Catedrático Auxiliar en Teología y Humanidades

Cristo ofreció a la Samaritana un agua que en su corazón se convertiría en manantial que brota para vida eterna (v. 14). ¡Pues tú y yo ya hemos recibido esa Agua a través de nuestro bautismo! Por tanto, si tengo que quedarme en casa y no puedo ir a misa, hagamos que ese Espíritu Santo que por amor Dios ha derramado en nuestros corazones (Rm 5, 5) sea la Gracia que nos una más como Iglesia doméstica, como familia (Catecismo 1656). Hoy Jesús le asegura a la Samaritana y al pueblo puertorriqueño que nuestra casa también puede ser templo para Adorar a Dios, y debería ser el primero de todos.

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