Voces del Caño | Ana Andújar Santos siembra esperanza en el Caño Martín Peña | inSagrado

Voces del Caño | Ana Andújar Santos siembra esperanza en el Caño Martín Peña

Con su huerto, Ana Andújar une a su comunidad Las Monjas en lucha por un futuro más saludable y sostenible.

Este perfil periodístico forma parte de una serie y surge como resultado de las experiencias de aprendizaje en servicio, realizadas en el curso PER 223: Periodismo Narrativo, impartido por la profesora María de los Milagros Colón Cruz, en colaboración con el programa de Vinculación Comunitaria de Sagrado y el Proyecto ENLACE del Caño Martín Peña.

Por Ariana G. Rivera

Estudiante de Periodismo

Escuela de Comunicación Ferré Rangel

En una mañana soleada en el Caño Martín Peña, Ana Andújar Santos, de 83 años, se agacha con esmero para cuidar de su huerto comunitario, un pequeño paraíso de vegetales y flores en medio del bullicio del vecindario. “La naturaleza me da paz”, dice con una sonrisa. Para Ana, este rincón de vida no es solo un pasatiempo, sino un símbolo de resiliencia y comunidad en un lugar que ha enfrentado desafíos a lo largo de los años.

Desde su hogar en el sector Las Monjas, Ana ha dedicado su vida a embellecer su entorno y a fomentar el sentido de pertenencia entre sus vecinos, convirtiéndose en una guardiana del legado cultural y natural para el futuro de su comunidad.

La casa de Ana acoge a cualquiera con su cálido amarillo claro y sus columnas anaranjadas. Justo enfrente a su hogar, en la calle Pachín Marín, se encuentra el huerto comunitario, un símbolo de esperanza y transformación.

Todo comenzó cuando Ana, al observar varios terrenos baldíos en su vecindario, tomó la iniciativa de transformar el espacio olvidado frente a su casa. Allí se armó de herramientas y comenzó a limpiar y a sembrar sus frutos y plantas. 

Y empecé yo, haciendo lo que tú ves ahí. Para ese entonces empecé a sembrar calabaza, que es de las cosas que se dan más rápido. Luego sembré guineo, poco a poco.

Su pequeño acto de resistencia atrajo la atención del líder comunitario y actual director ejecutivo del Proyecto ENLACE del Caño Martín Peña, Mario Núñez, quien se acercó con la propuesta ambiciosa de transformar ese rincón en un huerto comunitario.

Ana aceptó la idea, y así nació la colaboración que cambiaría el paisaje de su comunidad. Esta iniciativa no solo ha revitalizado un espacio, sino que también ha empoderado a los vecinos y voluntarios que asumen un papel activo en la creación de un espacio más limpio y saludable. Juntos, siembran las semillas del futuro que imaginan.

Una jíbara en la ciudad

Ana no siempre vivió en el Caño Martín Peña. Su historia comenzó en Jayuya, un lugar campestre donde creció rodeada de sus hermanos mayores. Fue en su juventud, en busca de nuevas oportunidades, cuando decidió trasladarse con ellos a San Juan. Con el tiempo, trajeron a sus padres, estableciéndose en el sector de Las Monjas, una de las áreas que conforman el Grupo de las Ocho Comunidades Aledañas al Caño Martín Peña, o G8.

Esa conexión con su origen rural es lo que la impulsa a contribuir a su comunidad. “Tú me dices jíbara y me estás diciendo la cosa más bonita”, afirma con convicción, resaltando su amor por la cultura que la define y que reproduce hoy a través del huerto.

La también madre de cuatro hijos se esforzó para que cada uno de ellos alcanzara su potencial y se convirtiera en profesional. Su hogar se convirtió en un espacio de amor y trabajo duro.

Ese trabajo duro hoy se ve en su piel marcada por el sol que le abraza a diario en su jardín y que contrasta con su cabello blanco. Su fortaleza se refleja en su rostro, en sus ojos color café que se fijan firmes a la vez que su sonrisa transmite calma.

Sin embargo, la vida en el Caño Martín Peña no siempre es idílica. Este canal alberga comunidades con realidades diversas, enfrentando problemas como inundaciones, contaminación y la pérdida de viviendas debido a la precariedad del cuerpo de agua que las rodea y que ya está encaminado al dragado definitivo. Algunos residentes ven cómo sus hogares se inundan, mientras otros, como Ana, enfrentan su propia lucha.

Después de años de trabajo arduo y sacrificios, Ana logró ahorrar lo suficiente para comprar su hogar. Pero, una noche, un accidente inesperado cambió todo. Un carro chocó contra su hogar, destruyéndolo de un golpe y dejándola en la calle. Durante dos años y medio, su vida se convirtió en un vaivén, cocinaba en un lugar y dormía en otro con el apoyo incondicional de su comunidad mientras intentaba obtener una reubicación del gobierno.

El proceso no fue fácil. Las autoridades querían reubicarla en un residencial público, un lugar que no sentía como hogar. Ana se negó, decidida a esperar una solución que respetara su historia y su conexión con el lugar. Su perseverancia la llevó a cruzarse con una mujer que trabajaba en un proyecto de reconstrucción de viviendas para personas de bajos ingresos. Con esfuerzo, finalmente logró reunir la cantidad necesaria para restaurar su hogar, un espacio que hoy es testigo de su resiliencia.

Las comunidades hacen renacer al Caño Martín Peña

Al observar su entorno, Ana se da cuenta de lo especial que es su comunidad. El Caño Martín Peña y sus comunidades aledañas han experimentado una profunda transformación a lo largo de los años. La comunidad ha crecido y se ha fortalecido.

En Las Monjas, para ese entonces, un taxi no se atrevía a entrar aquí a esta comunidad.

¿Y eso por qué?

Era como decir [el residencial Luis] Lloréns Torres, un sitio peligroso.

¿Y usted se sentía en peligro aquí? ¿O eran simplemente prejuicios?

No, simplemente eran prejuicios que la gente tenía. Podría sentirse así el que tenía problemas, pero como nosotros no teníamos problemas, no teníamos porqué temer. 

A pesar de los problemas sociales y ambientales que han obligado a muchos a reubicarse, organizaciones como el Proyecto ENLACE trabajan incansablemente para que las personas permanezcan en su comunidad. Ana es consciente de esta realidad y, junto a su hija, ha decidido dar un paso adelante al comprar la casa de enfrente.

Su objetivo no es solo que ellas la vivan, sino también abrir las puertas a otras familias que necesiten un hogar. “Hay tanta gente que se ha ido… Esperamos que regresen acá”, dice.

Además, su huerto, una expresión tangible de su compromiso, es otra forma en la que Ana contribuye a su comunidad, transformando el espacio en un lugar productivo y acogedor. Así, con cada acción, Ana siembra esperanza y cultiva un futuro mejor para todos.

Mi orgullo es mi huerto. Mientras yo pueda seguirle añadiendo al huerto para que sea más bonito, lo haré. 

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