Voces del Caño | Amable: el hombre que nunca dejó su barrio | inSagrado

Voces del Caño | Amable: el hombre que nunca dejó su barrio

A pesar de su reubicación en Carolina, de la pérdida y de los retos del clima, Amable Carcaño, un inmigrante dominicano de 67 años, vuelve todos los días al barrio donde su negocio de frutas y verduras sigue siendo un refugio de amistad y resistencia.

Este perfil periodístico forma parte de una serie y surge como resultado de las experiencias de aprendizaje en servicio, realizadas en el curso PER 223: Periodismo Narrativo, impartido por la profesora María de los Milagros Colón Cruz, en colaboración con el programa de Vinculación Comunitaria de Sagrado y el Proyecto ENLACE del Caño Martín Peña.

Joseph Solivan

Estudiante de Periodismo

Escuela de Comunicación Ferré Rangel

Desde muy temprano en la mañana, don Amable Carcaño toma el transporte público y regresa todos los días a la calle Webb de Barrio Obrero, en Santurce. No vive allí, pero esa es su comunidad. Don Amable es un inmigrante de la República Dominicana que vive en Puerto Rico desde hace más de 35 años, y tiene establecido su negocio de frutas y verduras muy cerca de lo que fue su casa, allí, en la calle Webb. El comerciante perdió su hogar en el 2017, tras el huracán María, y fue reubicado permanentemente en el municipio de Carolina, en una comunidad que no siente tan suya. 

Carcaño, de 67 años, pasa la mayoría de sus días debajo de un árbol que lo cubre de los rayos y las quemaduras del sol. De joven, en búsqueda de una mejor vida, salió de su país y terminó viviendo en Barrio Obrero por más de 35 años.

Su nombre lo caracteriza muy bien, pues es una persona carismática, y su piel trigueña es el rastro de sus largas horas de trabajo bajo el sol. Don Amable labora de acuerdo al clima; en los días lluviosos se queda en su casa, pero aquellos de sol los trabaja. 

“Bueno, pues casi todos los días hace calor, pero ¿qué se puede hacer? De vez en cuando me cae un aguacero”, dice, y enseguida expresa: “el gobierno tampoco me ayuda a limpiar. Mira esos cantos de cemento, es la verja del vecino, y el gobierno no recoge eso pero sí recogen un papel y le pasan por el lado como si nada”.

Allí, la improvisada mesita de madera y sus sillas deterioradas reflejan la gran parte de su tiempo que pasa sentado en ese sitio. Además delatan que no se trata de un negocio normal. Sus losetas son los escombros de lo que queda de la casa de su vecino, víctima también del paso del huracán. En lo que queda de esa casita, con sus materiales que no están en óptimas condiciones, vende todas sus verduras.

A pesar de las dificultades, todos los días se levanta a las cinco de la mañana para tomar el autobús, llega a la estación de Sagrado y camina hasta su puesto, donde trabaja honradamente. Antes de montar su mesa, verifica lo que le queda de productos en su nevera, estufa y congelador. Ahí mismo tiene su carrito de compras, con el cual camina una milla, ida y vuelta,  para comprar lo que le falta de mercancía. Una vez consigue todo lo necesario, acomoda sus productos y comienza su jornada, que trabaja de 8:00 de la mañana a 3:00 de la tarde.

Su negocio, a pesar de no tener mucho flujo de personas, tiene a sus clientes fieles. En una hora, Don Amable conversó con más de cinco personas. Se hablaban como si se conocieran por años. Muchos de ellos, al igual que él, son migrantes dominicanos que viven en el área y tienen las mismas metas: tener una mejor vida. 

Aunque varios comercios, él ha persistido. Don Amable no es de muchas palabras, pero recuerda cada negocio que había en la zona, comparte las memorias de cuando se mudó al barrio y relata cómo en la misma calle Webb presenció varios crímenes. Pero siente alivio, pues afirma que las cosas han cambiado para bien. Aunque ya no hay tanta gente para vender sus frutas, la zona está más tranquila.

A pesar de todos los retos que Don Amable enfrenta a diario, entre la distancia que recorre en transportación pública, la violencia que vivió un tiempo y el clima, siempre busca la manera de volver al sitio que lo ha apoyado por tanto tiempo: su barrio. Aun cuando no tiene un techo ni cuatro paredes en ese lugar, no ha conseguido deshacerse de los pocos enseres que quedan ni cambiar sus rutinas como comerciante en Barrio Obrero, pues, para él, su comunidad es mucho más de lo uno puede pensar.

“Aún mantengo mi negocito, pues por las amistades que tengo y he conocido por muchos años. Gente así, yo no la consigo donde me puso el gobierno”, dice.

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